Diario de campo
Bitacora de trabajo
En una librería
Decidí tomar como campo de estudio el lugar donde trabajo:
una librería situada en el centro de la ciudad, donde está todo el bullicio.
Llego a las 2 de la tarde, donde empiezo a sacar mesas para
retacarlas de libros sobre un mantel de rojo carmesí para prepararlos para la
venta. Después busco otros quehaceres, como desenterrar libros en un almacén
junto al lado, considerando títulos que puedan llamar la atención e interés a
los clientes.
Este ámbito de trabajo está en ubicado al lado de una gran
catedral, donde aparte hay dos librerías continuas de donde yo me ubico, donde
infinidad de gente pasa y donde un tráfico increíble abunda de automóviles y
autobuses. En este sitio se encuentran diferentes clases sociales como:
trabajadores de diferentes empresas y diferentes jerarquías, vagabundos, clase
media, baja y hasta cierto momento, alta. Llega hasta el más aventurero y
mundano. Hasta el más malandro. También se encuentran transeúntes camino a sus
destinos.
Además, siempre hay oportunidad de socializar, ya sean
platicas leves o temas en específico. He mantenido conversaciones sobre
profesiones, viajes, personas y más que nada, de libros. Los libros abren
nuevas puertas, nuevo vocabulario y nuevas ideas.
Es un entorno prejuicioso; las alianzas entre compañeros de
negocios son condicionales, se mantienen a flote por estar en la misma sintonía
de trabajo, pero la envidia reside en sus mentes por quien vende más. Aunque mi
jefe es de mente y ambiente desinteresada por aprovecharse del negocio.
Gente de cada calidad viene en busca de un libro que lo
conecte, que tenga esa electricidad psíquica de cada autor.
Aquí está a flor de piel la malicio y los prejuicios en
contra, no se puede confiar en cada individuo, a menos de tratarlos y conocer
sus intenciones; en la mayoría son inocentes, mas no faltan quienes indican
sospechan. Pese a estas aclaraciones, es un ameno lugar de trabajo al aire
libre, donde te relacionas, conoces de todo tipo de libros de diferentes temas
y épocas.
En los lugares derredores, hay música vibrando en cada oído.
Venden comida, desde sushi hasta mexicana. Se escuchan los cláxones gritar y
los frenos forzosos de los automóviles, mientras se da el servicio al cliente
en el negocio. De vez y en buena suerte, llegan muchachas de bien parecido a
comprar libros, donde se llevan literatura y mi corazón envuelto en su celular.
En la noche, al momento de mi retirada, se abren bares alrededor
con música de distintos géneros, con música en vivo, que dura hasta la
madrugada, se cierran los demás negocios y empiezan a residir los vagos
buscando donde dormir. En fin, después de mí, el trabajo es del velador, que
tiene problemas igual que un policía local.
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